Javier Macía (BIOM): “Tenemos que ser una máquina de generar ideas”

BIOM es una start-up nacida en el MELIS-UPF que fabrica biomateriales biodegradables. Hablamos con Javier Macía, uno de sus fundadores, para conocer más de cerca en qué consiste la empresa y el camino que aún tiene por recorrer.

Javier Macía se encarga de supervisar y dirigir todos los proyectos de I+D de BIOM, desde la fase de laboratorio hasta la parte de transferencia y escalado industrial.

Fabricar biomateriales y otros productos a partir de materia orgánica sin generar nuevos residuos es la misión de BIOM (Bioinspired Materials). La start-up catalana, una spin-off de la UPF con solo tres años, lleva desarrolladas dos patentes y tiene más proyectos en fase de validación. Hablamos con Javier Macía, investigador del Departamento de Medicina y Ciencias de la Vida de la Universidad Pompeu Fabra (MELIS-UPF), cofundador de la empresa y actual responsable científico de BIOM, para saber más sobre esta empresa emergente.

¿Cómo surgió la idea de crear BIOM?

Todo comenzó con una historia personal. Un conocido, arquitecto de profesión y enfocado en el mundo de la construcción, estaba interesado en el uso de biomateriales. Un día, hablando sobre sistemas alternativos al cemento, empezamos a pensar en polímeros y proteínas, y me llamó mucho la atención.

Se lo conté a un compañero de laboratorio con quien trabajaba, y se animó mucho. Tanto que, aunque al principio fue un pasatiempo sin intención de llegar a nada, empezamos a jugar, a mezclar proteínas, logrando algunos resultados muy iniciales que nos parecieron bastante interesantes. A partir de ahí, ya nos lo planteamos más en serio.

¿Cuáles son vuestros valores?

Al principio, reflexionamos sobre qué queríamos hacer con esta empresa, cuál era el objetivo. Y todos llegamos a un consenso fácil: queremos mejorar el mundo. Y aunque suene friki, a la edad que tenemos, eso de hacerse multimillonario a los 30 no es nuestro modelo. Nuestra idea es llevar al mercado soluciones que tengan un impacto positivo medioambiental, un impacto positivo en la economía y que además sean sostenibles económicamente. Así que solo buscamos un beneficio que nos permita eso. Se pueden hacer cosas para ganar dinero o se puede ganar dinero para hacer cosas, y nosotros encajamos mejor en el segundo modelo.

¿Fue difícil pasar del mundo académico al empresarial?

No lo fue, ¡lo está siendo! Aún es difícil, porque es otro mundo, completamente diferente. El mundo del laboratorio, el académico, tiene como objetivo hacer investigación, normalmente plasmada en un artículo. En cambio, cuando das el salto a la empresa, los requisitos son otros. Hay más presión, las empresas deben sobrevivir económicamente y los requisitos para cumplir los plazos son muy justos. El tiempo pasa a ser dinero, y eso genera una carga extra.

También quedan muy alejados del laboratorio los temas de transferencia y escalabilidad industrial.

«Para montar una empresa hay que cambiar la mentalidad y salir de la perspectiva de la investigación académica»

Javier Macías (MELIS-UPF), co-fundador de BIOM

¿Qué es lo más difícil de emprender?

Primero, entender el lenguaje de los inversores; si habláramos en klingon, el idioma de los alienígenas de Star Trek, ¡creo que nos entenderíamos mejor! Justo ayer tuve una reunión con unos inversores, y aún me costaba entenderlos. Y lo que dicen puede tener un impacto enorme, así que es necesario cambiar la mentalidad y salir de la perspectiva académica.

Desde el punto de vista de la investigación, piensas que la contribución al desarrollo científico es lo más importante y que el resto es accesorio. Cuando entras en el mundo empresarial, te das cuenta de que no, el desarrollo científico es solo una parte de la historia, pero hay otras partes igualmente o más importantes. Puedes tener el mejor producto del mundo, pero si no tienes un inversor, una industria que lo produzca, o no resuelves la escalabilidad industrial… no lo venderás. Darse cuenta de que tú ya no eres el centro de todo, sino que hay otros puntos centrales, es un cambio de mentalidad muy fuerte.

¿Cómo se consigue financiación?

Los primeros fondos los aportó el conocido con quien había tenido la idea. Él atrajo a algunos amigos, cosa que también hicimos nosotros, y así conseguimos una pequeña financiación inicial. También hablamos con la UPF, que se interesó, y creamos una spin-off de la UPF.

Después conseguimos ayudas públicas, y ahora estamos cerrando una ronda de financiación con un grupo de inversores de capital de riesgo que debería darnos estabilidad al menos para los próximos dos años. En este tiempo debemos finalizar todo el proceso de transferencia para lanzar los primeros productos.

Volviendo a vuestros productos, ¿nos puedes contar más sobre lo que hacéis?

Producimos productos a partir de residuos de diferentes sectores industriales, como los purines. Lo más importante es que durante este proceso, no se genera ningún residuo. Es decir, tenemos procesos de producción donde entran los ingredientes, y el 100% de lo que sale es el producto.

Los productos tienen diferentes procesos de generación, pero todos tienen un denominador común: todo se produce utilizando microorganismos, a los que alimentamos con residuos orgánicos. No utilizamos aditivos químicos que no sean 100% biodegradables y compatibles con el consumo humano. Además, los productos finales también son biodegradables; si los arrojas al suelo, en seis meses no queda nada. Es fantástico: los microorganismos del suelo se lo comen, las plantas lo absorben… no hay residuo.

«Nuestro objetivo es generar cero residuos: el 100% de lo que sale es el producto.»

¿Qué biomateriales habéis creado?

Una de las líneas que tenemos ahora está muy enfocada al embalaje alimentario. Tenemos un contrato con una multinacional que se dedica al embalaje con cartón. El problema es que ahora muchos embalajes combinan cartón y plástico, y nadie se entretiene en separar la película de plástico de la bandeja de cartón, lo que los hace irreciclables. Una de las alternativas actuales es un plástico de origen biológico como el PLA, que viene del ácido láctico generado por microorganismos, pero no es biodegradable, es compostable en condiciones industriales. Si se tira una bandeja de PLA al suelo, allí se queda.

Nosotros hemos desarrollado unos materiales que tienen la composición química exactamente igual que el papel, básicamente celulosa, pero las propiedades son idénticas a las del plástico. Son transparentes, flexibles e impermeables; lo ves y dices «esto es un trozo de plástico». Pero va al contenedor azul, el del papel, y si lo tiras al suelo, en pocos meses desaparece y deja cero residuos.

¿Para qué se podrían utilizar vuestros productos?

Los microorganismos los utilizamos como principio activo de diferentes productos. En el ámbito agrario los estamos utilizando como sustitutos de fertilizantes químicos. Hemos hecho ensayos con trigo y los resultados son muy buenos, se ha duplicado la cosecha.

Otro producto está enfocado en las piscifactorías. Actualmente estamos haciendo ensayos en entornos controlados y la mortalidad de los peces se ha reducido en más de un 70%, lo que implica un mayor bienestar para los animales y un incremento de las explotaciones.

También tenemos un tercer producto del cual no esperábamos resultados tan buenos. Es muy preliminar, pero hemos visto que consigue que los olivos se recuperen de la Xylella fastidiosa, una bacteria que los infecta.

¿Y en qué os estáis centrando ahora?

Quizás no tenga mucho glamour desde el punto de vista científico, pero es absolutamente indispensable desde el punto de vista del mercado: la escalabilidad industrial. Las producciones son caras, hay pocas industrias a nivel mundial que se dediquen a esto, y se necesitan grandes cantidades de producto para satisfacer las necesidades del mercado.

¿Cuántas personas sois actualmente? ¿Ha cambiado mucho el equipo desde los inicios?

Somos pocos. Hemos tenido más gente, fluctúa en función de los proyectos. Actualmente tenemos 3 personas en I+D y 3 personas en la parte de desarrollo de negocio.

El equipo no ha cambiado mucho hasta ahora. Ha habido incorporaciones, como un doctorado industrial, que tras finalizar se fue a hacer un postdoctorado. Pero el core no ha cambiado, y eso es importante, ya que da estabilidad.

¿Cuáles son los retos de futuro?

El primer reto es sobrevivir económicamente. A diferencia de la investigación más académica, en una empresa hay una presión para poder mantenerse, especialmente en las fases iniciales, en las que estamos ahora nosotros. Puedes tener un desarrollo tecnológico de gran potencial, pero llevar esto al mercado te consumirá una cantidad de tiempo, que se traduce en una cantidad de dinero. Si no puedes soportarlo durante ese tiempo, aunque el producto sea excelente, morirás en el camino. Ahora estamos en ese camino.

El segundo objetivo es finalizar la validación de los productos que tenemos. Es decir, todo parece que está funcionando, pero tenemos que estar muy seguros de que funciona. Y esto requiere mucho tiempo, sobre todo en los ámbitos donde se involucran producciones industriales, o en el caso de los olivos con un ciclo de cosecha anual; requieren de mucho tiempo de validación, lo cual implica una dificultad añadida.

«Queremos ser una máquina de generar ideas. Que los beneficios de un producto reviertan en el desarrollo de otros productos que tengan un impacto positivo en la sociedad.»
Javier Macías (UPF, BIOM)

¿Cómo te gustaría ver a BIOM dentro de 5 años?

Me gustaría ver a BIOM como una empresa que ya tiene beneficios y que, por tanto, se puede sostener. Pero, sobre todo, queremos ser una máquina de generar ideas. El espíritu no es montar algo y una vez que lo tengamos, facturar, facturar y facturar, sino que esta facturación tiene que volver a revertir otra vez para desarrollar otros productos que hagan algo interesante.

Si quieres ganar dinero, inviertes en la bolsa. Si quieres hacer algo que tenga un impacto en la sociedad, es más complicado, y este dinero se tiene que devolver. BIOM debe poder producir nuevas soluciones a retos, se tiene que mantener y debe cuidar a sus trabajadores.

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