Inteligencia Artificial: el campo de pruebas definitivo

La Inteligencia Artificial (IA), tal y como la definimos, aún no existe, pero este creciente campo ya ha tenido un impacto especial en las biociencias.

La Inteligencia Artificial (IA) ofrece suficiente potencia y capacidad computacional para abordar la complejidad de la investigación biológica a través de simulaciones (Imagen de Maria Ferrer-Bonet).

La Inteligencia Artificial (IA) ofrece suficiente potencia y capacidad computacional para abordar la complejidad de la investigación biológica a través de simulaciones (Imagen de Maria Ferrer-Bonet).

En los últimos setenta u ochenta años hemos estado intentando simular nuestra inteligencia en todo tipo de entidades artificiales, lo que ha dado lugar al campo creciente de la inteligencia artificial (IA).

A pesar de que la IA ha conseguido superar a los humanos en muchos aspectos, todavía no hace honor a su nombre. En otras palabras, la IA, tal y como la definimos, aún no existe, como tampoco hay consenso entre los expertos sobre si será posible conseguirla.

Sin embargo, mientras las IA está cautivando a la sociedad con sus increíbles aplicaciones y su rápido crecimiento (coches autónomos, nanorobots,…), los científicos han encontrado una nueva forma de sacar provecho de los avances en este campo. La IA se ha infiltrado en casi todas las disciplinas y ha tenido un impacto especial en las biociencias.

La IA ofrece suficiente potencia y capacidad computacional para abordar la complejidad de la investigación biológica a través de simulaciones (lo que se conoce como “vida artificial”). Es decir, se presenta como un campo de pruebas ideal, un entorno acotado pero sin límites donde las leyes físicas son adaptables, todos los parámetros son rastreables, medibles, almacenables y recuperables.

La relación simbiótica entre la IA y las biociencias ha aportado el campo de pruebas definitivo para poder resolver algunos de los misterios de la biología.

Este hecho se traduce en la posibilidad de superar algunos de los retos más importantes de la investigación en biología. Por ejemplo, los límites éticos de la experimentación animal con medicamentos para el cáncer y otras enfermedades, o las dificultades metodológicas al estudiar sistemas complejos como son el lenguaje humano, la multicelularidad o la inteligencia colectiva.

Además, la IA también se beneficia de esta interacción. Al fin y al cabo, la clave para ser capaces de reproducir un sistema natural en un ambiente artificial depende, sobre todo, del conocimiento que se tiene del sistema en cuestión.

En conclusión, la relación simbiótica entre la IA y las biociencias ha aportado el campo de pruebas definitivo para poder resolver algunos de los misterios de la biología, además del marco teórico necesario para ser capaces de conseguir una inteligencia artificial real.

 

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