El sesgo inconsciente (prejuzgar a las personas por su género, raza, sexualidad, etc.) forma parte de todos nosotros. Hasta cierto punto, tiene su función: agrupar a personas «similares» en grupos nos ayuda a hacer frente a un mar de información de una manera más eficiente y a tomar decisiones más rápidamente. El inconveniente es que a menudo conduce a decisiones equivocadas y a una discriminación injusta en todos los aspectos de nuestra vida, desde la decisión de a quién contratamos, a con quien pasamos el rato.
Es por ello que desde la Comisión de Igualdad, Diversidad e Inclusión del Parque de Investigación Biomédica de Barcelona (PRBB) hemos organizado una charla (en inglés) el próximo jueves 11 de marzo a las 11’30h con la experta en género Lidia Arroyo para abordar el sesgo inconsciente; qué es, y cómo hacerle frente. También os animamos a todos y todas a hacer el Test de Asociación Implícita de la Universidad Harvard para poner a prueba los propios sesgos.
Sólo somos tan ciegos como aceptamos serlo
Pero, aunque darnos cuenta que somos parciales de forma inconsciente es un primer paso en la dirección correcta, deberíamos tener cuidado de no utilizarlo como excusa. Sería fácil decir que, precisamente porque es inconsciente, este sesgo es «inevitable» y, por tanto, «no es culpa nuestra». No podemos caer en esta falacia: de quién es culpa, pues, si no de todos y cada uno de nosotros?
Y ¿hasta qué punto son realmente inconscientes estos sesgos? A lo largo de los años se han recopilado numerosas pruebas de su existencia y, actualmente, todos hemos oído hablar de ellos más de una vez; por lo que, de hecho, sí somos conscientes.
«Darnos cuenta que somos parciales de forma inconsciente es un primer paso en la dirección correcta, pero no deberíamos utilizarlo como excusa»
Quizás estos sesgos ‘implícitos’ a veces esconden sesgos ‘explícitos‘ e incluso intencionados que persisten, en nosotros como individuos, en la cultura académica y en la sociedad en general. Quizás, en palabras de la escritora y activista Maya Angelou, «sólo somos tan ciegos como decidimos serlo».
Un problema sistémico
Siempre hemos sabido (tanto inconscientemente como conscientemente) que hay algo que no funciona. Hace más de un siglo que celebramos el 8M, el Día Internacional de la Mujer. Cien años exigiendo un cambio hacia una sociedad más igualitaria: la misma remuneración para hombres y mujeres, las mismas oportunidades y el mismo trato para todos, independientemente de su sexo y género. En el lugar de trabajo -y el mundo académico no es una excepción-, oímos voces que dicen que la diversidad enriquece nuestra experiencia y que piden acciones que rompan el techo de cristal que impide que las mujeres lleguen a los escalones superiores de la escalera. Sin embargo, el sistema es tal que parece una batalla de David contra Goliat.
Desde microagressions diarias (que a veces pueden pasar desapercibidas incluso para la víctima, salvo que lleve puestas las gafas de género), hasta casos flagrantes, hay mucho de que quejarse. Hace unos años, el movimiento #metoo revolucionó la sociedad en todo el mundo. En el ámbito científico, este último 11F, el documental Picture a scientist, donde tres mujeres científicas comparten su lucha contra el sexismo en la ciencia, fue la chispa de numerosos debates y mesas redondas.
Pero la desigualdad de género no se puede separar de las desigualdades por cuestión de raza, sexualidad, discapacidad … Los movimientos #metoo y #BLM son parte de la misma lucha. Y las diferentes dimensiones de una persona están relacionadas, con lo que la discriminación es exponencial. Ya no nos podemos conformar con llevar las gafas de género. Necesitamos las gafas interseccionales para ver cómo la combinación de género, etnia, identidad sexual, religión o incluso apariencia física puede afectar cómo nos ven y cómo nos tratan.
Las desigualdades de género no se pueden separar de las desigualdades en cuanto a la raza, la sexualidad, la discapacidad … son parte de la misma lucha. Ya no es suficiente con llevar las gafas de género; necesitamos las gafas interseccionales.
Todas estas desigualdades están tan arraigadas en el sistema (ya sea ‘el sistema’ Hollywood, la policía o prestigiosas universidades) que a veces parece una batalla perdida. Y la actual pandemia del coronavirus ha hecho más evidentes estas desigualdades sistémicas: la crisis económica y de salud ha ampliado las divisiones económicas, raciales y de género de la sociedad. En el mundo de la investigación, la crisis ha afectado desproporcionadamente el trabajo de las madres investigadoras o de los investigadores con hijos a su cargo.
Ha llegado la hora: #ChooseToChallenge
De manera lenta pero segura, empezamos a ver mujeres en posiciones fuertes de liderazgo en nuestro entorno más cercano. Edith Heard es la quinta directora general del Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL) y la primera mujer en ocupar este cargo en los 45 años de historia de la institución. El Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) cuenta ahora, también por primera vez, con una mujer como directora científica, Denise Naniche.
¿Podrían ser estos ejemplos parte de una semilla para el cambio? Yo creo (hay que hacerlo) que sí; que podemos avanzar hacia una cultura de un liderazgo diferente y más diverso. Pero necesitamos contar con todas y todos, con todxs. Necesitamos que los hombres piensen que días como el 8M también son relevantes para ellos y que se impliquen; porque una mayor equidad de género será beneficiosa para todos.
Necesitamos contar con todo el mundo; hay que ser activos, pasar de ser observadores a aliados.
Ha llegado el momento de ser contundentes. Debemos pasasr de ser pasivxs a activx; de observadorxs a aliadxs. Debemos llevar siempre puestas las gafas interseccionales.
Desde el comité EDI del PRBB, hacemos una llamada a todos, todas, todes a convertirse en aliados, a desafiar estereotipos de género en ciencia, a no callar. Si alguna vez ha habido un buen momento para hacerlo, es ahora.