Si alguna vez te sientes solo, piensa en los millones de microorganismos que conviven contigo día a día, tu microbiota personal. Se encuentran por todo el cuerpo –en los intestinos, pero también en la boca, la piel o el tracto genitourinario- y, en total, pueden llegar a pesar 2 Kg. Pero no los quieras echar; estos microhuéspedes son extremadamente útiles. Nos ayudan a hacer la digestión, producen vitaminas y cooperan con nuestro sistema inmune para luchar contra patógenos.
Este conjunto de microorganismos, unas 2000 especies entre bacterias, hongos y virus, es único para cada individuo. Algunos de ellos son estables y han co-evolucionado con los humanos, mientras que otros varían según nuestra alimentación, nuestro estado de salud y, sobre todo, el estrés.
En total contienen entre 100 y 200 veces más genes que el nuestro propio genoma. De hecho, el Proyecto Microbioma Humano, que comenzó en el 2008 como una extensión del Proyecto del Genoma Humano, descubrió que la mayoría de los genes responsables de nuestra supervivencia no son humanos, sino parte del genoma de los microbios, el microbioma. Muchas enfermedades autoinmunes se heredan con el microbioma de la madre durante el nacimiento. De nuestra microbiota depende también que seamos obesos, tengamos caries o nuestra respuesta a los medicamentos.
El microbioma es, por lo tanto, parte esencial de nosotros mismos, y cada vez reconocemos más su importancia. Así, los alimentos “probióticos”, con microorganismos vivos beneficiosos, son cada vez más comunes, y ya existen tratamientos médicos, como el transplante fecal para el síndrome del intestino irritable, que se basan en la reintroducción de la microbiota intestinal normal con las heces de un donante sano.
Pero hay todavía muchas preguntas abiertas: ¿cómo afectan los antibióticos a nuestro microbioma? ¿y cómo se establece en primer lugar el microbioma específico de una persona? Nuestros pequeños pasajeros aún tienen muchas sorpresas que depararnos.