Los ritmos del cambio
Me llamo 41°23’07.7″N 2°11’40.0″E y no tengo segundo apellido. Soy un arenoso terreno a solo 50 metros de la orilla del Mediterráneo en Barcelona, entre el Hospital del Mar y el Puerto olímpico. Desde un profundo estrato, invisible al ojo de los seres que conviven en la superficie, he grabado un emocionante historial acústico y sismológico que quisiera compartir con vosotros.
Recuerdo con especial cariño un día soleado y caluroso; perfumes caros flotaban en el aire sobre mi. Una banda de músicos tocaba clásicos de Jazz y Bossanova. ¿Una fiesta? Sí. Aquel 16 de mayo de 2006 se celebró una fiesta eufórica y alegre. Parecía como si hubiera nacido algún niño prodigioso y los visitantes hubieran venido de todos los puntos cardinales para celebrar su llegada al mundo. Demasiadas personas para un pequeño solar de 9.000 metros cuadrados. Podía oír el run-run de las voces y el tic-taqueo de miles de zapatos.
El ritmo festivo, las animadas conversaciones y constantes felicitaciones cedían paso a algo que nunca había experimentado antes. Por alguna razón querían comunicarse conmigo. Habían instalado tomas de tierra desde varios puntos de la superficie que me permitían escuchar y registrar mucho mejor lo que pasaba arriba.
Antes de la fase de 5 años de construcción del edificio, sobre mí se jugaba a pelota. Yo era un campo de fútbol. 11 personas en cada equipo corriendo detrás de un balón que rebotaba constantemente (ni aplicando la cadena de Márkov, se podía predecir su trayectoria), generando un ritmo rebelde, alegre y sorprendente. Digamos un poli-ritmo con cadencia de saque de esquina. Esto me encantaba. Y ciertamente la biomasa de los seres que actualmente habitan el edificio debe ser casi 100 veces superior a la de los jugadores. Quizás unas 1.400 personas… Con la edad uno va aprendiendo algo de álgebra y es capaz de calcular.
Antes de construirse el PRBB, yo era un campo de fútbol, y antes todavía estaba cubierto de barracas.
Y antes de que se jugara a fútbol aquí también vivían seres, cientos de ellos. Pero no tenían casa. Por el peso ligero de la construcción diría que eran barracas. A veces yo absorbía todo lo que estaba dentro de ellas cuando una tormenta hacía subir el nivel del mar. Vivían en condiciones precarias. Y aun así, esos seres producían un ritmo mágico. Tic__tactac_tic_tactic. Podía escuchar claramente el taconeo constante. Otros solares de la zona todavía hoy me tienen envidia, porque antes de la guerra civil nació una estrella encima de mis hombros: Carmen Amaya, la mejor bailarina de flamenco, conocida como La Capitana.
El inicio de los años 90 fue una locura. Todos los terrenos a mi alrededor se transformaron completamente. De repente había rascacielos, un puerto, restaurantes y un paseo marítimo. La ciudad se preparaba para una gran celebración a ritmo de Freddie Mercury y Montserrat Caballé, los Juegos Olímpicos de 1992.
Justo a mi lado se abrió una autopista bajo tierra y un cable con una capacidad de transmisión de datos enorme. Lo llaman anillo científico. Era necesario porque nació también una nueva universidad muy cerca de mí. Gaudeamus igitur.
Y entonces me tocó evolucionar de nuevo. En el 2001 empezaron a construir sobre mí el edificio elíptico que cambiaría para siempre el horizonte de Barcelona: el Parc de Recerca Biomèdica de Barcelona.
En el 2001 empezaron a construir sobre mí el edificio elíptico que cambiaría para siempre el horizonte de Barcelona: el Parc de Recerca Biomèdica de Barcelona.
En los 15 años de vida del PRBB he registrado más de 3.000 millones de incidencias acústicas, tantas como letras tiene el genoma humano. He oído hablar en más de 40 idiomas. He vibrado con los ensayos de una orquesta y un coro. He escuchado los aplausos del público que reconocía la labor de científicas premiadas. ¡Qué celebración de la diversidad y el talento! ¡Qué gozada!
También he registrado 42 millones de micro-seísmos que corresponde al total de moléculas en una sola célula humana y 20.000 incidencias sismológicas, el número estimado de proteínas diferentes en el cuerpo de los humanos. Son cifras impresionantes que reflejan la actividad continua de los residentes de la gran elipse. Y también percibo que personas del mundo entero viajan hasta aquí para interactuar con “mi” gente e intercambiar sus ritmos.
El año pasado fue diferente. No me explico lo que ha podido ocurrir. Aunque seguía percibiendo las señales acústicas y sísmicas desde las tomas de tierra sin cesar, no notaba la presencia de tantos seres. Chillout total. ¿Me habían abandonado? Por suerte, no. Ahora, la mayoría parece haber vuelto y me siento ya más tranquilo. ¿Qué traerá el futuro? Chi lo sa? Lo que sí sé y que me llena de orgullo es saber que soy un lugar importante, internacional y respetado.
¡Ritmo, salud y fuerza!