El ADN se podría definir como el manual de instrucciones para la vida. Especifica las órdenes para fabricar las proteínas, los bloques de construcción de los seres vivos. Cuando decimos que un gen se expresa, lo que queremos decir es que un trozo de ADN se “traduce” en una molécula de ARN –en un proceso denominado “traducción”-, que a su vez se “transcribe” en una proteína –en un proceso denominado “transcripción”-. Este ha sido durante décadas el dogma de la biología molecular: cada gen codifica una proteína.
El dogma de la biología molecular: cada fragmento de ADN (gen) se transcribe en un ARN y éste se traduce en una proteína.
Sin embargo, hace ya años, se descubrió la existencia del splicing (o del empalme) alternativo, un proceso que “corta y engancha” trozos de ADN de diferentes maneras, haciendo que un solo ARN pueda dar lugar a diferentes proteínas.
Además, en los últimos tiempos, otro fenómeno ha vuelto a alterar el dogma. Ahora sabemos que hay millares de fragmentos de ARN que no dan lugar a ninguna proteína. Son los denominados “ARN no codificantes” (ARNnc), y los hay de muchos tipos. Ya entre los años 60 y 80 se descubrieron los ARN de transferencia (ARNt) y los ribosomales (ARNr); pero ha sido durante esta última década cuando se ha visto un aumento exponencial de estos ARNnc, que se han clasificado en: microARNs, siARNs, piARNs, snoARNs, snARN, exARNs, scaARNs, etc.
Ahora sabemos que hay millares de fragmentos de ARN que no dan lugar a ninguna proteína. Son los denominados “ARN no codificantes” (ARNnc).
A pesar de que las funciones de estos ARNs aún no está del todo claras –incluso podría ser que algunos de ellos ni tan siquiera tengan una función, sino que sean consecuencia de una traducción aleatoria del ADN-, muchos de ellos se conservan en todas las especies y han estado implicados en muchos procesos celulares importantes, como la regulación de la expresión génica, así como en diversas enfermedades tales como el cáncer, el autismo y el Alzheimer.