Las iniciativas centradas en sostenibilidad son cada vez más comunes en nuestra sociedad, incluso en los institutos de investigación. Cada vez es más frecuente escuchar frases como «nosotros, como científicos, tenemos una responsabilidad especial ante la crisis ecológica«. Se trata de una tendencia positiva, ya que debemos ser conscientes de uno de los mayores retos de nuestro futuro. Sin embargo, al mismo tiempo, no está quedando más claro: ¿qué debemos hacer y cómo?
Una consecuencia desafortunada de esta confusión es la propagación del greenwashing, la práctica de utilizar declaraciones falsas sobre sostenibilidad por parte de las empresas para aumentar sus beneficios, y el sciencewashing, la práctica utilizada por empresas comerciales, corporaciones o gobiernos para aumentar sus beneficios o prestigio mediante declaraciones científicas falsas o incoherentes.
Javier del Campo, líder de un grupo de investigación en el Instituto de Biología Evolutiva (IBE: CSIC-UPF), habló sobre ello en el Sustainability Seminar de este mes, titulado «La ciencia se vuelve más verde: el uso político y corporativo del poder social científico«. Ahora tenemos una comprensión razonable del greenwashing y sabemos cómo reconocerlo; por ejemplo, cuando una agencia de viajes ofrece tarifas de «compensación de carbono» para sus billetes de avión. Pero el sciencewashing ha dado recientemente un nuevo giro y ha pasado de «esta crema facial te rejuvenecerá» a «esta nueva tecnología valorada en un millón de euros salvará un ecosistema».
Un ejemplo muy conocido y a menudo debatido es la idea de la colonización humana de otro planeta si el ecosistema global de la Tierra colapsara y se volviera hostil para la vida (una especie de plan B para escapar de nuestro planeta). Pero la cantidad de dinero que se debería invertir en un proyecto tan novedoso podría potencialmente «arreglar» nuestro planeta con menos esfuerzo y mayor probabilidad de éxito.
¿Estamos utilizando la ciencia de la manera más eficiente para resolver los problemas de sostenibilidad?
Ejemplos menos evidentes son los proyectos que prometen reconstruir ecosistemas dañados, como un proyecto de replantación de corales en el que participó la NFL (Liga Nacional de Fútbol Americano de EE. UU.) y que ganó mucha popularidad. Sin embargo, estos proyectos a veces se planifican por motivos de prestigio y carecen de una planificación ecológica y científica cuidadosa. Proteger las colonias de corales ya existentes parece una estrategia más eficaz que plantar otras nuevas. Además, hay muy pocos estudios de seguimiento que demuestren si estas iniciativas de restauración ecológica son realmente eficaces. Lamentablemente, la ciencia puede equivocarse, o al menos quedarse corta, y no siempre es fácil distinguir lo bueno de lo malo en estos casos.
Entonces, ¿qué debemos hacer y cómo?
Una conclusión positiva de las historias que Javier mencionó en su charla es que la comunidad científica sí tiene poder: el poder social de influir en la ciudadanía. El greenwashing y el sciencewashing existen porque la ciencia es popular y se respeta el conocimiento de los y las investigadoras. Por lo tanto, debemos utilizarlo correctamente para promover enfoques que vengan desde abajo en el movimiento de la sostenibilidad.
Una de las formas más sencillas de hacerlo es facilitar el diálogo entre la ciencia y el público. Solo hay que encontrar la forma que mejor se adapte a cada uno: desde organizar grupos activistas o unirse a ellos, hasta participar como voluntarios en eventos de comunicación científica, o simplemente leer informes de investigación sobre el tema y compartir los conocimientos con los compañeros de trabajo, amigos y familiares. Quizás no podamos arreglarlo todo a la vez y quizás seamos demasiado lentos e inevitablemente perdamos parte de la biodiversidad actual de la Tierra. Pero la ciencia tiene conocimientos y habilidades sobre cómo mejorar las cosas y mitigar los daños. Y nosotros, como científicos y científicas, seguimos teniendo nuestro pensamiento crítico y nuestro poder social.




