El cerebro es uno de los órganos más importantes y delicados. Es por ello que la naturaleza lo ha dotado de un sistema defensivo especial, la barrera hematoencéfalica (BHE). Esta muralla es una barrera semipermeable que separa la sangre que circula a través de todos los vasos sanguíneos que llegan al sistema nervioso central –cerebro y medula espinal- del fluido extracelular cerebral.
Las células que forman esta barrera son las células endoteliales. Estas células se encuentran en el interior de todos los vasos sanguíneos del cuerpo, pero al llegar al cerebro su distribución espacial se vuelve más densa: están mas juntas, formando una especie de red estrecha. Esto hace que restrinjan el paso de sustancias del torrente sanguíneo mucho más de lo que lo hacen las células endoteliales capilares en otras partes del cuerpo.
Además de esta primera barrera de “contención”, rodeando el exterior de los capilares, se encuentran los astrocitos, que proporcionan por un lado apoyo bioquímico a las células endoteliales y por el otro rodean a las neuronas, siendo el camino que conecta los vasos sanguíneos con las neuronas. Son las células encargadas de permitir que algunos gases, moléculas solubles en lípidos, glucosa y ciertos aminoácidos cruciales para el correcto funcionamiento de las neuronas lleguen a ellas.
La principal ventaja que aporta la BHE es que impide el paso de sustancias lipófilicas, que son potenciales sustancias neurotóxicas, virus y bacterias que podrían dañar las neuronas. Por lo tanto podemos afirmar que el cerebro presenta una muy efectiva protección que le permite funcionar correctamente. Sin embargo, cuando se presentan problemas en su interior tales como una enfermedad neurodegenerativa –Parkinson, Alzheimer, etc.-, un accidente cerebrovascular o un tumor cerebral, y necesita ayuda del exterior en forma de fármaco, esta no va a llegar, o si llega lo hará de una manera muy limitada. Esto es así porque la BHE reconoce a más del 97% de los fármacos actuales como sustancias potencialmente tóxicas y bloquea su paso.
Esta es una de las principales razones por las que el tratamiento contra el Parkinson o el Alzheimer no funciona a largo plazo o el glioblastoma –el tumor más común en el cerebro- es de los cánceres más mortales que existen.
Hay diversas líneas de investigación abiertas para intentar desarrollar nuevos fármacos que si puedan cruzar la BHE, así como técnicas que “abran” pequeñas “ventanas” en la BHE para que los fármacos alcancen la región del cerebro donde son necesarios, pero de momento ninguna de ellas ha funcionado en humanos; solo lo han hecho en fase pre-clínica en diversos animales. Se necesitan por lo tanto todavía muchos años y mucha investigación para traducirlos en una realidad clínica.