Jordi Mestres es gerundense, ha vivido en Estados Unidos, en Holanda y Escocia, y trabaja en el Parque de Investigación Biomédica de Barcelona (PRBB) desde hace tres años como jefe del grupo de Quimiogenómica del GRIB – Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM). Hace un año creó la empresa spin-off Chemotargets, que desarrolla nuevas herramientas para identificar moléculas activas para dianas terapéuticas. Jordi Mestres nos explica cómo ha llegado donde está ahora.
¿Cuándo empezaste a interesarte por la ciencia?
En el instituto. También me gustaba la historia, pero vi que no la podía cambiar …
Entonces decidiste estudiar químicas, ¿por qué esta elección?
En química no todo estaba establecido y además se podía estudiar en la Universidad de Girona.
Y entraste en contacto con la industria farmacéutica …
Durante el doctorado hice una estancia de 3 meses en una empresa en Michigan. Me pareció interesante porque tenía que desarrollar nuevas metodologías, y lo que hacía tenía aplicaciones prácticas.
Has trabajado 7 años en empresas farmacéuticas para luego volver a la academia. ¿Qué diferencias ves entre estos dos mundos?
En general lo mejor del mundo académico es que hay un ambiente propicio para la generación de nuevas ideas y para establecer todo tipo de colaboraciones. De la industria, lo mejor es que hay proyectos muy interesantes en terapéutica, acceso directo a gran cantidad de datos y unos presupuestos muy generosos.
¿Qué te hizo volver aquí y empezar un grupo de investigación?
En Edimburgo mi mujer y yo tuvimos a nuestra primera hija, Fiona, y al poco las presiones de los abuelos para tener la nieta más cerca pudieron más que las ganas de quedarnos allí … Y el trabajo no lo es todo en la vida, ni el dinero! Aquí, a pesar de una enorme reducción de sueldo y privilegios contractuales, la calidad de vida es muy buena: tienes sol cada día, el mar al lado y los abuelos que te cuidan los niños, y eso no tiene precio! Pero no descartamos volver a marcharnos, si las circunstancias nos llevaran a ello.
¿Cuál ha sido el momento más satisfactorio de tu carrera?
Quizás el reconocimiento en 2000 de ser inventor de una serie de moléculas con aplicación terapéutica, la primera patente de las 4 que tengo. Últimamente, la concesión del Corwin del año 2006 por parte de la sociedad internacional de QSAR y Modelado Molecular.
Ciencia: ¿colaboración o competencia?
La ciencia en estado puro es colaboración franca, y es cuando más se disfruta. Pero es cierto que hay una presión para publicar y competir. En nuestro caso, sin embargo, es muy importante colaborar: qué hacemos de un diseño de fármaco perfecto si no tenemos alguien que lo sintetice y lo compruebe? Además en el PRBB tenemos el lujo de convivir con 1000 personas, muchas de ellas trabajando con una potencial diana terapéutica.
¿Qué es importante para hacer investigación?
Curiosidad, escepticismo y buen humor!
¿Qué serías si no fueras científico?
Seguramente músico. De pequeño canté en la Escolanía de Montserrat, donde estudié piano y violín. Pero en las clases de armonía en el Conservatorio de Girona me dedicaba a hacer reacciones químicas, y aunque nunca he dejado la música, un día tuve que elegir. Pero nunca he dudado de mi decisión, me entusiasma mi trabajo.